14 sept 2010

Siesta religiosa



    Eran alrededor de las tres de la tarde, hacia poco había terminado de comer y estaba tranquilamente sentada en el sillón frente a la televisión, buscaba algo que sonara de fondo mientras venía a visitarme el sueño de la siesta.
    Estaba muy mullida en aquel asiento, cuando escucho sin esperarlo y resonando, el timbre. Primeramente pensé que podía ser alguna amiga que venia a visitarme, me pare rápidamente para no hacerla esperar, pero cuando iba camino a la puerta, me detuve bruscamente ya que supuse que si alguna amiga tenía la intención de venir a visitarme con anterioridad hubiera consultado si yo podía recibirla.
   Pensé rápidamente quien osaba de estar golpeando mi puerta. Alguien interrumpía mi descanso. Lentamente y sin emitir sonido, volví a sentarme esperando que aquella persona se retirara sin encontrarse con mi presencia. De un soplido apague la televisión simulando la ausencia de gente en la casa. Cerré los ojos, convencida de que el silencio espantaría aquel visitante inesperado. Pero aquel o aquella no se conformo con este escenario y de nuevo se anuncio en mi puerta una y otra vez.
    Pensé que sí tenía tanta insistencia podía tratarse de algo con urgencia o de algún vendedor de medias o perfumes. Entendí que hasta que yo no abandonara mi afán de dormir no se despegaría del botón musical.
    Con bastante prepotencia y curiosidad, abrí la puerta. Me topé con dos mujeres de polleras largas y con un librito en la mano. Muy erguidas y firmes ahí estaban, en aquella siesta soleada, ambas me miraron con paciencia y ágiles me preguntaron sin dejar que me anticipara a decir palabra, sí leía la Biblia. Conteste que no y que tampoco me interesaba mucho, fue así como se ofrecieron a leerme un pasaje de su libro, sin ganas de escucharlas, pero por cortesía me quede ahí parada asintiendo con la cabeza.
    Tenían toda la ambición de convencerme y de que me interesara por lo que querían decirme. La más joven de ellas tenía alrededor de 17 años y eso llamó fuertemente mi atención. Que una joven de esa edad estuviera golpeando puertas y recorriendo la ciudad cuando podía estar en la plaza compartiendo ese bellísimo día con el resto de sus amigos, tenia que estar sostenido por una fuerte convicción. En cambio ella estaba ahí parada en la puerta de mi casa invitándome a que escuchara a su dios.
    Luego de despedirlas con una excusa que ahora no recuerdo, y sin dejarlas cumplir su objetivo, creo. Me quede pensando en ella quien sabe cuantas puertas les tocaría golpear ese día, en cuantas las invitarían a pasar y en cuantas otras no las abriría nadie.

4 comentarios:

Natalia Cabral dijo...

Por mi barrio saben pasar dos señoras todos los domingos con la biblia. Yo dejo que toquen la puerta un buen rato y cuando ven que no atiende nadie siguen su camino con la palabra de Dios.

Leo Stickel dijo...

Yo a veces los atiendo y los escucho un rato, por curiosidad, para ver si en algún momento me dicen algo nuevo. Siempre pensé en la tremenda convicción que hay que tener para hacer eso.

Gato Negro dijo...

Buenísimo el texto. Pero, sobre todo, muy hermosa la foto.

Anónimo dijo...

Siempre andan caminando por ahí...muchas ideas llevan entre sus manos, tratando de convencer..
Gracias por comentar y un halago Santiago que te guste la foto:)!Saludos Gio

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